martes, 3 de febrero de 2015

Resilencia… el coraje de florecer ante la adversidad

Sin dudas, la vida nos depara distintas circunstancias. Algunas de ellas son maravillosas y otras no tanto; pero lo interesante de todo esto es que hay determinadas personas que, a pesar de haber vivido escenas o experiencias trágicas que inclusive pudieron amenazar su equilibrio físico y mental, lograron reponerse y hoy desarrollan una vida normal.

La pregunta que nos podemos hacer frente a ello es, ¿qué recursos internos utilizaron para transformar los obstáculos en oportunidades?

Lo que se puede observar en ellos es que, desarrollaron ciertos mecanismos adaptativos, los cuales les permitieron ir más allá de una simple resistencia estoica y porfiada. En las investigaciones, se ha comprobado que estas personas afrontaron las circunstancias con ciertas claves esenciales, que les hicieron posible un manejo adecuado de la inteligencia emocional. A este conjunto de cualidades, hoy se las reconoce como capacidad resilente.


En ese sentido, debemos, entonces, diferenciar entre resistencia y resilencia. Como ya hemos dicho, la resistencia es una actitud estoica y muchas veces porfiada. De manera tal que, aquí estamos en presencia de un comportamiento pasivo, que solo trata de soportar el vendaval. Por el contrario, las personas resilentes tienen la capacidad de tomar distancia de los hechos. Buscan una perspectiva diferente que les permita, con madurez, reflexionar ante las adversidades.

Frente a una tragedia, fácilmente se pueden apoderar de nosotros sentimientos incapacitadores que nos llevan al sufrimiento, como:   la frustración, el pánico, el aturdimiento, la angustia y la depresión. De prolongarse en el tiempo, sin dudas, éstos dejarán huellas en nuestra salud mental y física. De allí la importancia de desarrollar nuestra capacidad resilente.

En ese sentido quiero hacer una distinción. El dolor es algo de carácter biológico, por ejemplo cuando nos golpeamos, nuestro sistema neurológico nos envía una señal y sentimos un impacto en alguna área de nuestro cuerpo al cual distinguimos como dolor. El sufrimiento, por su parte, es lingüístico porque nace a partir de las interpretaciones que hacemos de los hechos, de manera tal que en ello tienen mucho que ver los juicios que elaboramos.

La particularidad de todo esto es que el hombre es el único animal lingüístico, por lo tanto, el único que tiene la “capacidad” de sufrir, y en consecuencia, morir de un infarto de miocardio. De hecho, no existe ningún ser vivo, excepto el ser humano, que padezca esta afección.  

Ahora bien, si el sufrimiento descansa en los juicios que hacemos sobre los acontecimientos, esto significa que, modificando los juicios y las interpretaciones podemos abrir un inmenso campo de intervención para tratar el sufrimiento humano. De hecho, transformando los juicios que hacemos sobre aquello que nos sucede, podemos encontrar un mecanismo efectivo para aliviarnos del sufrimiento.

Indudablemente, nuestra capacidad resilente no se puede desarrollar de un día para el otro. Esto requiere de entrenamiento y apoyo que nos oriente hacia el crecimiento de esa capacidad reflexiva, pero también a establecer una red vincular emocional muy fuerte que nos permita amortiguar las situaciones difíciles o de pérdidas, porque no debemos olvidar jamás que somos seres vinculares.


Juan Carlos Lorenzo
Arquitecto, Psicólogo Social
Master Trainer en PNL & Coach Ontológico

PNLCBA CONSULTORA
www.pnlcbaconsultora.com

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